lunes, 6 de febrero de 2012

CRUCERO REINA REGENTE


CRUCERO  REINA REGENTE.
Desaparecido en el Estrecho  

  (Nota: Artículo publicado en la revista Historia de Iberia Vieja. Número 30. Noviembre, 2007. Páginas 98-103)

          El 10 de marzo de 1895, zarpó de Tánger en pleno temporal el bello crucero Reina Regente para dirigirse a Cádiz y estar presente en la botadura del crucero Carlos V. Alguien lo vio desde tierra poco después de la salida y tuvo la impresión de que el barco tenía problemas.


Modelo del crucero Reina Regente (Museo Naval de Madrid)

          Sin embargo, al poco tiempo se alejó navegando aparentemente con toda normalidad y desapareció entre chubascos. Más tarde fue visto en la mar luchando contra el temporal. Y después vino el silencio. No se volvieron a tener más noticias del barco, que desapareció con los 412 hombres que llevaba a bordo.
           El Reina Regente había sido construido por James & Goerge Thomson de Clydebank, Glasgow (Escocia, Reino Unido), en una época en la que España requería cruceros rápidos, poderosos, bien protegidos y con gran radio de acción para desplegarlos en las lejanas colonias de ultramar. Contratado en mayo de 1886, se botó el 24 de febrero de 1887 – hace poco más de 120 años -, y su entrega a la Armada tuvo lugar el día de Año Nuevo de 1888 en Glasgow. Su coste fue de 243.000 libras esterlinas.
           El barco, que iba a servir de modelo para otros dos cruceros que se iban a construir en España – Lepanto y Alfonso XIII -, tenía 79,3 m de eslora, 15,4 m de manga, 8,9 m de puntal, 5,9 m de calado medio, y desplazaba 4.664 toneladas en circunstancias normales y 5.620 a plena carga. Para la propulsión tenía cuatro calderas de carbón, dos máquinas horizontales, 11.600 caballos, 1.285 toneladas de capacidad de carboneras, y dos hélices de tres palas y 5,63 m de diámetro. Llegó a dar 20,5 nudos en pruebas y tenía una autonomía teórica de 12.000 millas. Su blindaje era de 90 a 125  mm en zonas de máquinas, calderas y pañoles de munición, y la cubierta de protección variaba entre 50 y 75 mm. Su dotación era de 430 hombres.
          En su artillería principal, los cuatro cañones de 200 mm previstos en un principio se cambiaron por otros cuatro de 240 mm del sistema González Hontoria, de 21 toneladas cada uno, montados a las bandas sobre la cubierta alta, dos a proa y dos a popa. Completaban su armamento seis montajes de 120 mm también Hontoria; seis Nordenfelt de 57 mm; uno de 42 mm; dos ametralladoras; y cinco tubos lanzatorpedos fijos.
          Era un barco de bella silueta, con cubierta principal corrida y castillo y toldilla bajos para ampliar el campo de tiro. Sobre esta cubierta tenía la cubierta de botes que corría desde la popa del castillo hasta la proa de la toldilla, en cuyos extremos de proa y popa y hacia las bandas iban las plataformas de los cañones de 240 mm. Tenía un pequeño puente, dos chimeneas, y dos altos palos con sendas vergas y grandes cofas, que podían desplegar dos velas mayores y dos estays. La cubierta principal y la de botes iban unidas por una borda corrida que proporcionaba protección a los cañones de 120 mm, y contaba con un pequeño espolón.
          Teóricamente era uno de los mejores barcos de su época, pero algunos de sus mandos informaron sobre deficiencias observadas: complicado servicio de máquinas, escasez de potencia en algunos sistemas, falta de ventilación en calderas, excesivo embarque de agua por el castillo, y problemas de estabilidad. Proponían aumentar la capacidad de carboneras y sustituir los cañones de 240 mm por otros más ligeros de 200 mm, para disminuir pesos altos, bajar el centro de gravedad y mejorar la estabilidad. La verdad es que era un barco de poco tonelaje para su mucho blindaje, gran artillería y pesada propulsión, y sus cañones muy pesados en estructuras altas por las bandas eran un buen ingrediente para comprometer la estabilidad. Además, con mar de proa embarcaba mucha agua por el castillo, que rompía en las superestructuras cercanas, quedaba alojada entre la cubierta principal y la de botes o entraba por las escotillas de cubierta, haciéndole meter la proa bajo el agua sin tiempo para recuperarse.
          En cuanto fue entregado comenzó su vida operativa en la Escuadra de Instrucción. En mayo de 1888 estuvo en la Exposición Universal de Barcelona y a continuación recibió la bandera de combate de manos de la Reina Regente María Cristina. En 1890 tomó parte en la revista que pasó la Reina Regente en San Sebastián, en 1891 participó en un viaje de representación a Grecia, y en 1892, el Regente – como se le empezaba a llamar - inició una serie de actividades relacionadas con el IV Centenario del Descubrimiento de América. En agosto participó en la  salida de la reconstituida nao Santa María de la Rábida, en la que tomaron parte 31 barcos de 19 países. En septiembre se trasladó a Génova, en octubre estuvo en Huelva, y en el 1893 viajó a Nueva York. En el tránsito a Nueva York entró en La Habana, donde tomó a remolque la nao Santa María hasta los Estados Unidos, y en abril de 1893 participó en una revista naval en Nueva York. De regreso a España, intervino en las maniobras de agosto de 1893 en Santa Pola y de octubre del mismo año en Alicante.

El Reina Regente visto de proa. (Museo Naval de Madrid)

          A principios de marzo de 1895, el sultán de Marruecos había enviado a España una embajada diplomática que una vez terminadas sus actividades tenía que regresar a su país. El encargado de llevarla de Cádiz a Tánger fue el Reina Regente, que salió en la mañana del 9 de marzo al mando del capitán de navío Francisco Sanz de Andino. Fondeó en la rada de Tánger al anochecer, y por la poca visibilidad, el comandante decidió esperar al día siguiente para desembarcar la embajada. A primeras horas de la mañana del día 10, se presentó a bordo el práctico con la recomendación del cónsul de España de que no saliese a la mar y que enmendase el fondeadero debido al fuerte temporal que se echaba encima. Pero el comandante del Regente desembarcó la comisión diplomática, y agilizó todas sus gestiones para zarpar cuanto antes y estar presente en la botadura del crucero Carlos V, que tenía lugar el  día 12.
          Hacía ya horas que había empezado a soplar viento fuerte del sur. El cariz del tiempo empeoraba, la mar recalaba del oeste cada vez con más fuerza y el barómetro indicaba una pronunciada caída. Un fuerte temporal del suroeste se cernía sobre el Estrecho, y con el puerto ya cerrado, sobre las 10 y media de la mañana del domingo día 10 de marzo de 1895, el Reina Regente levó anclas, dobló el muelle viejo a poca velocidad y arrumbó al noroeste.
          Algunos testigos que vieron desde tierra el barco al poco de haber salido, declararon que les había parecido que tenía algún problema, ya que observaron que paraba a unas tres millas de costa, y uno de ellos con un telescopio vio como algunos hombres se dirigían a toldilla y por babor arriaban lo que parecía un buzo. Pero como pasada media hora el crucero reemprendió la marcha, no dieron más importancia a aquella parada, y el Regente, encerrado en chubascos, se perdió de vista sobre las doce y cuarto, cuando el barómetro ya había bajado a 720 mm.
          Alrededor de las doce y media fue visto por los vapores mercantes Mathews y Mayfield a unas 12 millas al noroeste de Espartel, luchando contra el temporal con grandes bandazo. Y sobre las tres de la tarde, campesinos de Bolonia (Cádiz), creyeron ver en medio del temporal un barco que tomaron por el Regente. Aquellas fueron las últimas noticias recibidas sobre el crucero, que era esperado en Cádiz, pero como no aparecía la gente supuso que continuaba en Tánger o había buscado refugio en algún lugar de la costa. No había forma de saber más, ya que el temporal había averiado las comunicaciones  telegráficas con Tánger, además de haber causado grandes destrozos en tierra y hundido otros barcos, entre ellos el Carpio, que zozobró cuando navegaba de Huelva a Cádiz con 40 pasajeros que iban a la botadura del Carlos V y murió la mayor parte del pasaje y tripulación.
          El enlace con Tánger quedó restablecido el día 11, y a última hora del 12 el cónsul de España telegrafió informando que el Regente había zarpado el día 10, y como en las playas próximas a Tánger habían aparecido diversos objetos y una bandera con las letras RR, preguntaba si el crucero había llegado. Saltaron entonces las alarmas. Se enviaron avisos a los barcos y telegramas a los semáforos y puertos de toda la zona recabando información sobre el Regente. Y ante la falta de noticias, el día 14 comenzó la búsqueda del barco, al que se esperaba encontrar fondeado en alguna cala, o encallado, o al menos se esperaba encontrar supervivientes.
          La zona fue explorada por barcos de guerra y mercantes, que recorrieron las costas y reconocieron a fondo lugares y bajos donde podría haber ocurrido el posible naufragio, sin resultados. Aparecieron más restos, como maderas, trozos de muebles, banderas, remos, salvavidas, etc., y el de marzo, la fragata Numancia encontró en la zona de Alborán un banco de madera que fue enviado a Cádiz, donde fue reconocido como perteneciente al crucero.
          Pero ante la falta de nuevas noticias, la gente poco a poco empezó a asumir la idea de que el Reina Regente se había hundido en el temporal, aunque nunca apareció ni uno solo de los cadáveres de los 412 hombres  que iban a bordo (Su dotación en aquellos días era de 372 hombres, de los que alguno no había salido a la mar, pero el número de desaparecidos aumentó porque a bordo se encontraban aprendices de la Escuela de Artillería).

 


                                
El Reina Regente visto por babor. (Acuarela por Marcelino González)

          Una comisión de la Armada estudió el caso y elaboró el correspondiente informe, en el que decía que la pérdida del crucero se pudo haber producido al haber parado en el temporal por avería del timón u otra causa, lo que pudo ocasionar la inundación de las cubiertas y compartimentos de proa, y el posterior hundimiento.
          De sus características y defectos, y de estudios posteriores, se puede pensar que el barco se hundió al irse por ojo, es decir, al embarcar mucha agua por el castillo que no le permitió recuperarse y se fue de proa al fondo. O pudo ocurrir que la mar no le permitió recuperarse de sus balances y terminó por dar la vuelta y hundirse. O a una mezcla de las dos causas. Al hundirse, seguramente los pesos altos ayudaron a que el barco diese la voltereta y quedase quilla arriba, con las superestructuras aplastadas y la cubierta principal clavada en el  fondo, convirtiéndolo en un gran ataúd para todos sus hombres, que junto con la mayor parte de los enseres del barco quedaron encerrados dentro del casco sin poder salir a superficie.
          En las fechas siguientes al naufragio aparecieron noticias que despertaron la curiosidad de la gente. La prensa habló de dos hombres que habían bajado a tierra en Tánger y habían perdido el barco, con lo que salvaron la vida. El 2 de abril apareció el cadáver desnudo y muy desfigurado de un hombre joven en una playa a unos 2 Km. al este de Conil; era irreconocible, pero por su corte de pelo, impropio de un marinero de un barco de guerra, se consideró que no era del Regente. El 14 de abril, el diario La Dinastía daba la noticia del posible avistamiento del crucero, efectuado por los campesinos de Bolonia sobre las 3 de la tarde del día 10. Y el 6 de mayo, el Diario de Cádiz publicaba la noticia del avistamiento por el patrón de un laúd de una enorme mancha de grasa en la mar a 2 millas al sudoeste del cabo de Plata. También aparecieron anónimos y mensajes en botellas, que después de estudiados se llegó a la conclusión de que eran falsos.
                          
      

El naufragio del Reina Regente (Escuela Naval Militar)

           En el naufragio solo hubo un superviviente: un perro “terranova” propiedad de un teniente de navío del crucero, natural de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Un barco inglés encontró al perro subido a un enjaretado y lo adoptó como mascota, hasta que un día, en su ruta a Sevilla aquel barco recaló en Sanlúcar y tuvo que fondear en Bonanza. El lugar le resultó familiar al perro, que sin dudarlo se lanzó al agua, ganó a nado la cercana costa y corrió a casa de su antiguo dueño, donde vivían sus padres que se llevaron una enorme sorpresa.
          Una orden del 8 de abril declaró al barco oficialmente perdido, y acordó el abono de tres pagas a las familias de los desaparecidos. El 11 de diciembre, la Armada decidió construir un segundo Reina Regente, que fue botado el 20 de septiembre de 1906. Y del primer Reina Regente no se ha vuelto a saber nada; continúa sin aparecer. Seguramente reposa en algún lugar próximo al bajo de la Aceitera. Descanse en paz.
          Marcelino González




BIBLIOGRAFIA:
AGUILERA, ALFREDO. Buques de guerra españoles 1885-1971.  Editorial San Martín, 1980.
COELLO LILLO, JUAN LUIS y RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, AGUSTÍN R. Buques de la Armada española a través de la fotografía (1849 - 1900). Ministerio de Defensa, Instituto de Historia y Cultura Naval, 2001.
FERNÁNDEZ SANTANDER, CARLOS. El crucero en la Armada Española. E. N. Bazán. 1993.
GIL HONDURILLA, JOAQUÍN. El crucero Reina Regente y su hundimiento el 9 de marzo de 1895.  La Espada y la Pluma. 2004.
GONZÁLEZ-ALLER HIERRO, JOSÉ IGNACIO. Catálogo-Guía del Museo Naval de Madrid. Tomo II.. Ministerio de Defensa – Armada Española. Madrid, 2001.
RAMÍREZ GABARRÚS M. La construcción naval militar española. 1730-1980. E. N. Bazán. 1980.
VILLAMIL, FERNANDO y CASTELLOTE, JOSÉ. Informe acerca de las causas probables de la pérdida del crucero “Reina Regente”. Establecimiento tipográfico “Sucesores de Rivadeneyra”. Madrid, 1896

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