CRUCERO REINA REGENTE.
Desaparecido en el Estrecho
(Nota:
Artículo publicado en la revista Historia de Iberia Vieja. Número 30. Noviembre,
2007. Páginas 98-103)
El 10 de marzo de 1895, zarpó de
Tánger en pleno temporal el bello crucero Reina
Regente para dirigirse a Cádiz y estar presente en la botadura del crucero Carlos V. Alguien lo vio desde tierra
poco después de la salida y tuvo la impresión de que el barco tenía problemas.
Modelo del crucero Reina Regente (Museo Naval de Madrid)
Sin embargo, al poco tiempo se
alejó navegando aparentemente con toda normalidad y desapareció entre chubascos.
Más tarde fue visto en la mar luchando contra el temporal. Y después vino el
silencio. No se volvieron a tener más noticias del barco, que desapareció con los
412 hombres que llevaba a bordo.
El Reina Regente había sido construido por James & Goerge Thomson
de Clydebank, Glasgow (Escocia, Reino Unido), en una época en la que España requería
cruceros rápidos, poderosos, bien protegidos y con gran radio de acción para desplegarlos
en las lejanas colonias de ultramar. Contratado en mayo de 1886, se botó el 24
de febrero de 1887 – hace poco más de 120 años -, y su entrega a la Armada tuvo
lugar el día de Año Nuevo de 1888 en Glasgow. Su coste fue de 243.000 libras
esterlinas.
El barco, que iba a servir de modelo
para otros dos cruceros que se iban a construir en España – Lepanto y Alfonso XIII -, tenía 79,3 m de eslora, 15,4 m de manga, 8,9 m de
puntal, 5,9 m de calado medio, y desplazaba 4.664 toneladas en circunstancias
normales y 5.620 a plena carga. Para la propulsión tenía cuatro calderas de
carbón, dos máquinas horizontales, 11.600 caballos, 1.285 toneladas de capacidad
de carboneras, y dos hélices de tres palas y 5,63 m de diámetro. Llegó a dar 20,5
nudos en pruebas y tenía una autonomía teórica de 12.000 millas. Su blindaje
era de 90 a 125 mm en zonas de máquinas,
calderas y pañoles de munición, y la cubierta de protección variaba entre 50 y
75 mm. Su dotación era de 430 hombres.
En su artillería principal, los cuatro
cañones de 200 mm previstos en un principio se cambiaron por otros cuatro de
240 mm del sistema González Hontoria,
de 21 toneladas cada uno, montados a las bandas sobre la cubierta alta, dos a
proa y dos a popa. Completaban su armamento seis montajes de 120 mm también Hontoria; seis Nordenfelt de 57 mm; uno de 42 mm; dos ametralladoras; y cinco
tubos lanzatorpedos fijos.
Era un barco de bella silueta,
con cubierta principal corrida y castillo y toldilla bajos para ampliar el
campo de tiro. Sobre esta cubierta tenía la cubierta de botes que corría desde
la popa del castillo hasta la proa de la toldilla, en cuyos extremos de proa y
popa y hacia las bandas iban las plataformas de los cañones de 240 mm. Tenía un
pequeño puente, dos chimeneas, y dos altos palos con sendas vergas y grandes
cofas, que podían desplegar dos velas mayores y dos estays. La cubierta
principal y la de botes iban unidas por una borda corrida que proporcionaba
protección a los cañones de 120 mm, y contaba con un pequeño espolón.
Teóricamente
era uno de los mejores barcos de su época, pero algunos de sus mandos
informaron sobre deficiencias observadas: complicado servicio de máquinas, escasez
de potencia en algunos sistemas, falta de ventilación en calderas, excesivo embarque
de agua por el castillo, y problemas de estabilidad. Proponían aumentar la
capacidad de carboneras y sustituir los cañones de 240 mm por otros más ligeros
de 200 mm, para disminuir pesos altos, bajar el centro de gravedad y mejorar la
estabilidad. La verdad es que era un barco de poco tonelaje para su mucho
blindaje, gran artillería y pesada propulsión, y sus cañones muy pesados en
estructuras altas por las bandas eran un buen ingrediente para comprometer la
estabilidad. Además, con mar de proa embarcaba mucha agua por el castillo, que
rompía en las superestructuras cercanas, quedaba alojada entre la cubierta
principal y la de botes o entraba por las escotillas de cubierta, haciéndole
meter la proa bajo el agua sin tiempo para recuperarse.
En cuanto fue entregado comenzó
su vida operativa en la Escuadra de Instrucción. En mayo de 1888 estuvo en la
Exposición Universal de Barcelona y a continuación recibió la bandera de
combate de manos de la Reina Regente María Cristina. En 1890 tomó parte en la
revista que pasó la Reina Regente en San Sebastián, en 1891 participó en un
viaje de representación a Grecia, y en 1892, el Regente – como se le empezaba a llamar - inició una serie de
actividades relacionadas con el IV Centenario del Descubrimiento de América. En
agosto participó en la salida de la
reconstituida nao Santa María de la
Rábida, en la que tomaron parte 31 barcos de 19 países. En septiembre se
trasladó a Génova, en octubre estuvo en Huelva, y en el 1893 viajó a Nueva York.
En el tránsito a Nueva York entró en La Habana, donde tomó a remolque la nao Santa María hasta los Estados Unidos, y
en abril de 1893 participó en una revista naval en Nueva York. De regreso a
España, intervino en las maniobras de agosto de 1893 en Santa Pola y de octubre
del mismo año en Alicante.
El Reina Regente visto de
proa. (Museo Naval de Madrid)
A principios de marzo de 1895, el
sultán de Marruecos había enviado a España una embajada diplomática que una vez
terminadas sus actividades tenía que regresar a su país. El encargado de llevarla
de Cádiz a Tánger fue el Reina Regente,
que salió en la mañana del 9 de marzo al mando del capitán de navío Francisco
Sanz de Andino. Fondeó en la rada de Tánger al anochecer, y por la poca visibilidad,
el comandante decidió esperar al día siguiente para desembarcar la embajada. A
primeras horas de la mañana del día 10, se presentó a bordo el práctico con la
recomendación del cónsul de España de que no saliese a la mar y que enmendase
el fondeadero debido al fuerte temporal que se echaba encima. Pero el
comandante del Regente desembarcó la
comisión diplomática, y agilizó todas sus gestiones para zarpar cuanto antes y estar
presente en la botadura del crucero Carlos
V, que tenía lugar el día 12.
Hacía ya horas que había empezado
a soplar viento fuerte del sur. El cariz del tiempo empeoraba, la mar recalaba
del oeste cada vez con más fuerza y el barómetro indicaba una pronunciada caída.
Un fuerte temporal del suroeste se cernía sobre el Estrecho, y con el puerto ya
cerrado, sobre las 10 y media de la mañana del domingo día 10 de marzo de 1895,
el Reina Regente levó anclas, dobló
el muelle viejo a poca velocidad y arrumbó al noroeste.
Algunos testigos que vieron desde
tierra el barco al poco de haber salido, declararon que les había parecido que
tenía algún problema, ya que observaron que paraba a unas tres millas de costa,
y uno de ellos con un telescopio vio como algunos hombres se dirigían a
toldilla y por babor arriaban lo que parecía un buzo. Pero como pasada media
hora el crucero reemprendió la marcha, no dieron más importancia a aquella
parada, y el Regente, encerrado en
chubascos, se perdió de vista sobre las doce y cuarto, cuando el barómetro ya había
bajado a 720 mm.
Alrededor de las doce y media fue
visto por los vapores mercantes Mathews
y Mayfield a unas 12 millas al
noroeste de Espartel, luchando contra el temporal con grandes bandazo. Y sobre las
tres de la tarde, campesinos de Bolonia (Cádiz), creyeron ver en medio del
temporal un barco que tomaron por el Regente.
Aquellas fueron las últimas noticias recibidas sobre el crucero, que era
esperado en Cádiz, pero como no aparecía la gente supuso que continuaba en
Tánger o había buscado refugio en algún lugar de la costa. No había forma de
saber más, ya que el temporal había averiado las comunicaciones telegráficas con Tánger, además de haber
causado grandes destrozos en tierra y hundido otros barcos, entre ellos el Carpio, que zozobró cuando navegaba de
Huelva a Cádiz con 40 pasajeros que iban a la botadura del Carlos V y murió la mayor parte del pasaje y tripulación.
El enlace con Tánger quedó restablecido
el día 11, y a última hora del 12 el cónsul de España telegrafió informando que
el Regente había zarpado el día 10, y
como en las playas próximas a Tánger habían aparecido diversos objetos y una
bandera con las letras RR, preguntaba
si el crucero había llegado. Saltaron entonces las alarmas. Se enviaron avisos
a los barcos y telegramas a los semáforos y puertos de toda la zona recabando
información sobre el Regente. Y ante
la falta de noticias, el día 14 comenzó la búsqueda del barco, al que se
esperaba encontrar fondeado en alguna
cala, o encallado, o al menos se esperaba encontrar supervivientes.
La zona fue explorada por barcos
de guerra y mercantes, que recorrieron las costas y reconocieron a fondo
lugares y bajos donde podría haber ocurrido el posible naufragio, sin
resultados. Aparecieron más restos, como maderas, trozos de muebles, banderas, remos,
salvavidas, etc., y el de marzo, la fragata Numancia
encontró en la zona de Alborán un banco de madera que fue enviado a Cádiz,
donde fue reconocido como perteneciente al crucero.
Pero ante la falta de nuevas
noticias, la gente poco a poco empezó a asumir la idea de que el Reina Regente se había hundido en el
temporal, aunque nunca apareció ni uno solo de los cadáveres de los 412 hombres
que iban a bordo (Su dotación en
aquellos días era de 372 hombres, de los que alguno no había salido a la mar,
pero el número de desaparecidos aumentó porque a bordo se encontraban
aprendices de la Escuela de Artillería).
El Reina Regente visto por babor. (Acuarela por Marcelino González)
Una comisión de la Armada estudió
el caso y elaboró el correspondiente informe, en el que decía que la pérdida
del crucero se pudo haber producido al haber parado en el temporal por avería
del timón u otra causa, lo que pudo ocasionar la inundación de las cubiertas y
compartimentos de proa, y el posterior hundimiento.
De sus características y defectos,
y de estudios posteriores, se puede pensar que el barco se hundió al irse por
ojo, es decir, al embarcar mucha agua por el castillo que no le permitió
recuperarse y se fue de proa al fondo. O pudo ocurrir que la mar no le permitió
recuperarse de sus balances y terminó por dar la vuelta y hundirse. O a una
mezcla de las dos causas. Al hundirse, seguramente los pesos altos ayudaron a
que el barco diese la voltereta y quedase quilla arriba, con las
superestructuras aplastadas y la cubierta principal clavada en el fondo, convirtiéndolo en un gran ataúd para
todos sus hombres, que junto con la mayor parte de los enseres del barco
quedaron encerrados dentro del casco sin poder salir a superficie.
En las fechas siguientes al
naufragio aparecieron noticias que despertaron la curiosidad de la gente. La
prensa habló de dos hombres que habían bajado a tierra en Tánger y habían
perdido el barco, con lo que salvaron la vida. El 2 de abril apareció el
cadáver desnudo y muy desfigurado de un hombre joven en una playa a unos 2 Km.
al este de Conil; era irreconocible, pero por su corte de pelo, impropio de un
marinero de un barco de guerra, se consideró que no era del Regente. El 14 de abril, el diario La
Dinastía daba la noticia del posible avistamiento
del crucero, efectuado por los campesinos de Bolonia sobre las 3 de la tarde
del día 10. Y el 6 de mayo, el Diario de Cádiz publicaba la noticia del avistamiento por el patrón de un laúd de
una enorme mancha de grasa en la mar a 2 millas al sudoeste del cabo de Plata. También
aparecieron anónimos y mensajes en botellas, que después de estudiados se llegó
a la conclusión de que eran falsos.
El naufragio del Reina Regente (Escuela
Naval Militar)
En el naufragio solo hubo un superviviente:
un perro “terranova” propiedad de un teniente de navío del crucero, natural de
Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Un barco inglés encontró al perro subido a un
enjaretado y lo adoptó como mascota, hasta que un día, en su ruta a Sevilla aquel
barco recaló en Sanlúcar y tuvo que fondear en Bonanza. El lugar le resultó
familiar al perro, que sin dudarlo se lanzó al agua, ganó a nado la cercana
costa y corrió a casa de su antiguo dueño, donde vivían sus padres que se
llevaron una enorme sorpresa.
Una orden del 8 de abril declaró
al barco oficialmente perdido, y acordó
el abono de tres pagas a las familias de los desaparecidos. El 11 de diciembre,
la Armada decidió construir un segundo Reina
Regente, que fue botado el 20 de septiembre de 1906. Y del primer Reina Regente no se ha vuelto a saber
nada; continúa sin aparecer. Seguramente reposa en algún lugar próximo al bajo
de la Aceitera. Descanse en paz.
Marcelino González
BIBLIOGRAFIA:
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