lunes, 6 de febrero de 2012

FRAGATA BLINDADA VITORIA


     (Nota: Artículo publicado en la revista Historia de Iberia Vieja, Número 26, julio de 2007. Páginas 70-75)

     La situación de la Armada en la primera mitad del siglo XIX se había deteriorado debido a las guerras napoleónicas, a la nefasta gestión de Carlos IV y Godoy, al descalabro de Trafalgar, a la Guerra de la Independencia y a las revueltas durante el reinado de Fernando VII. Y a mediados de siglo intentaba volver al esplendor de otros tiempos, en una época en que en los barcos de vapor y casco metálico empezaban a tener su protagonismo, impulsados a principios de la segunda mitad de siglo por el interés que despertaba una nueva modalidad de buques fuertemente blindados. Fue en este ambiente cuando en 1859 las Cortes Españolas votaron un crédito extraordinario – aumentado en el año 1861 - por un total de ciento setenta y cinco millones de pesetas, del que entre otros barcos surgieron las fragatas blindadas Victoria y Numancia, de propulsión a vapor y vela, con una fuerte coraza metálica y una sola batería de cañones de grueso calibre. Su construcción se contrató en el extranjero - la Victoria en los astilleros británicos de Blackwall y la Numancia en los franceses La Seyne de Tolón -, ya que los astilleros españoles solo estaban preparados para hacer barcos de madera y no podían hacer frente a la construcción de grandes barcos de casco metálico.

     Ambas fragatas se pueden considerar derivadas del revolucionario barco francés Gloire (1860), de propulsión mixta a vela y vapor, con una sola batería y una fuerte coraza en la faja central, al que siguió el británico Warrior (1861) y muchos otros. El hecho de que estos barcos tuviesen solo una batería fue el que determinó su nombre genérico: “fragatas blindadas"; ya que aunque tenían el desplazamiento de navíos, para compensar el peso de sus corazas redujeron su armamento a una sola batería, y de acuerdo con la nomenclatura de aquellos tiempo entraban en el grupo de “fragatas”.

     La Victoria fue encargada el 14 de julio de 1862 a la firma británica Thames Iron Works, en Blackwall, con la que se firmó el contrato el 11 de diciembre siguiente. La quilla se puso el 15 de enero de 1863, su botadura fue el 4 de noviembre de 1865, y la entrega se retrasó hasta el 15 de noviembre de 1867 – pronto hará ciento cuarenta años - por problemas en las planchas de su blindaje y en los pagos a efectuar por el gobierno español. Y a causa de otros problemas surgidos por el conflicto español con países sudamericanos del Pacífico, la venida del barco a España se retrasó hasta el 18 de agosto de 1868, cuando entró en Ferrol.  

     Su primer nombre fue Victoria en honor a la reina de Inglaterra, y lo conservó porque la esposa de Amadeo I de Saboya se llamaba María Victoria. Más adelante, y siguiendo la costumbre de la época por la que las fragatas españolas recibían nombres de victorias en pasadas guerras, cambió su nombre – sin que haya habido ninguna disposición legal al respeto - por el de Vitoria, para recordar la batalla del mismo nombre ganada en el 1812 a los franceses durante la Guerra de la Independencia.

     Tenía una dotación de 550 hombres y sus características fueron: 96,77 m de eslora, 17,34 m de manga, 7, 9 m de calado medio y 7.250 toneladas de desplazamiento. Su casco era metálico con blindaje a base de planchas de hierra desde unos 2,30 m por debajo de la flotación hasta la cubierta alta, con un espesor de 140 mm hacia el centro de la flotación y 130 mm en los costados, que disminuía un centímetro hacia los extremos de proa y popa. Contaba con 8 calderas, máquinas Penn & Son de mil caballos nominales y cuatro mil quinientos indicados, y una hélice. Tenía aparejo de fragata con bauprés y tres mástiles, y una superficie de velas de mil novecientos sesenta metros cuadrados. Entre el trinquete y mayor llevaba dos chimeneas, su capacidad de carga de carbón era de 1.409 toneladas, a vela y vapor podía alcanzar trece nudos, y su autonomía a velocidad económica era de unas dos mil cuatrocientas millas.

     Su armamento de construcción era de treinta cañones lisos Rivera de avancarga de 68 libras (200 mm), quince por banda, que en 1866 fue modificado para quedar con cuatro montajes rayados Armstrong de avancarga de 250 libras (228,6 mm); tres rayados de 180 libras (203,2 mm), dos en reducto blindado y el otro en colisa a proa; catorce lisos Rivera de 68 libras (200 mm); y dos cañones rayados de 120 mm, dos de 80 mm, y dos obuses de 150 mm para embarcaciones menores. La instalación de la artillería se hizo con el barco ya en España.

     En la revolución de 1868 que produjo el destronamiento de Isabel II, el 23 de septiembre la Victoria llevó a cabo su primera misión al mando del capitán de navío José María Beránger, al apresar al vapor de ruedas Colón con el jefe de escuadra Francisco de Paula Pavía, capitán general de Ferrol y leal a la reina, a bordo. En mayo de 1869 navegó a La Habana para vigilar el paso de los monitores peruanos Atahualpa y Manco Capac, que habían sido construidos en los Estados Unidos y viajaban a su país. Y regresó a España en abril del año siguiente integrándose en la escuadra del Mediterráneo.

     En 1870, los cañones Rivera de 200 mm fueron sustituidos por doce transformados en rayados y entubados de 160 mm por el sistema Palliser. En julio de dicho año, la Victoria se encontraba en Vigo con las fragatas Numancia y Villa de Madrid, y en noviembre se desplazó a Italia con dichos barcos para traer a España a Amadeo se Saboya, que viajó a bordo de la Numancia. La agrupación entró en Cartagena el 30 de diciembre, y la fragata continuó en la escuadra del Mediterráneo. 

     El 14 de julio de 1873, la Vitoria – que ya empezaba a ser conocida por el nuevo nombre - se unió a la revolución cantonal y quedó en la escuadra del cantón de Cartagena con la Numancia y otros barcos, que el día 20 fueron declarados piratas por el gobierno de Madrid. El día 22 apresó al vapor Vigilante, y a finales de mes, tras bombardear Almería por negarse a dar una contribución económica al Cantón, las fragatas  Vitoria y Almansa fueron interceptadas por las fragatas Friedrich Karl (alemana) y Swiftsure (británica), que más adelante las apresaron cuando se dirigían a Málaga y las llevaron a Gibraltar, desde donde fueron devueltas al gobierno de Madrid el 26 septiembre. Durante el resto de la campaña cantonal, la Vitoria fue el buque insignia de la escuadra del gobierno central y se distinguió en el combate de Portman el 11 de octubre de 1873, en el que se enfrentó a su hermana la Numancia. El 12 de enero de 1874, cuando estaba a punto de rendirse Cartagena, la Vitoria y otros barcos persiguieron a la Numancia, que salió de puerto rompiendo el bloqueo y se dirigió a Orán sin que consiguieran darle alcance.

     El 27 de febrero de 1874 pasó a situación de desarme, aunque a continuación se integró en las fuerzas navales del norte, y de junio a septiembre de 1875, durante la última guerra carlista, bombardeó Bermeo, Elanchove, Lequeitio, Motrico, Mundaca, Ondárroa y Zarauz. En 1876 se integró en la Escuadra de Instrucción, en la que permaneció hasta 1879. Con dicha escuadra acompañó en 1877 a los Reyes de España en su viaje por diversos puertos españoles del Mediterráneo. En obras realizadas en dicho año se le instaló alumbrado eléctrico, siendo el primer barco español, junto con la Numancia, que tuvo electricidad a bordo.

      El 19 de agosto de 1879 le cupo el honor de ser el primer barco que entró en el nuevo dique de la Campana o de San Julián, en Ferrol, inaugurándolo (Este dique era muy necesario ya que permitía la varada de las nuevas fragatas). A finales de 1880 se le empezó a cambiar la artillería, que quedó con ocho montajes Armstrong de 250 libras; tres de 180 libras; y seis de bronce rayado y retrocarga de 80 mm para desembarco. El 3 de junio de 1881 pasó a la reserva en Ferrol con la tercera parte de la dotación. Pocos años más tarde, el cañón de 180 libras en colisa fue sustituido por un Hontoria de 200 mm, y se le añadieron cuatro Hontoria de retrocarga (dos de 90 y dos de 70 mm), ocho ametralladoras y dos tubos de torpedos.

     Vuelta a la vida activa e integrada en la Escuadra de Instrucción, en noviembre de 1883 formó parte de la agrupación que escoltó desde las Columbretes hasta Valencia a la corbeta Prinz Adalbert con el príncipe heredero de Alemania a bordo, y en agosto de 1884 llevó a bordo a los reyes de España Alfonso XII y María Cristina en un viaje de que partió de Gijón y pasó por Ferrol, Coruña y Vigo. En 1885 formó parte de la escuadra de Juan Bautista Antequera, concentrada en Mahón durante la crisis con Alemania por las islas Carolinas, que se resolvió pacíficamente. Del 1887 al 1890 volvió a estar en reserva. Reactivada y de nuevo en la Escuadra de Instrucción, en la segunda mitad de 1892 participó en diversos actos celebrados en Huelva y Génova con motivo del IV centenario del descubrimiento de América.

     A partir de enero de  1897 fue sometida a una profunda reforma en los astilleros franceses de La Seyne, en Tolón, en la que la arboladura quedó reducida a dos mástiles cortos con grandes cofas. Se renovaron las calderas, las máquinas fueron recorridas y se cambió la artillería. Su configuración artillera, realizada en España una vez terminadas las obras en La Seyne, quedó como un muestrario de piezas, con cuatro cañones González Hontoria de 200 mm; cuatro de 160 mm también Hontoria; doce Skoda de 150 mm y tiro rápido – que en 1903 se redujeron a ocho -; ocho Nordenfelt de 57 mm; cuatro Skoda de 47 mm; cuatro ametralladoras Maxim de 37 mm; dos cañones de 75 mm y dos cañones revólveres de 37 mm para desembarcos. Y se suprimieron los dos tubos lanzatorpedos.

     Por encontrarse en 1898 pendiente de montar la artillería, no pudo tomar parte en la guerra contra los Estados Unidos. Finalizada la contienda y terminado su armamento, la Vitoria se integró en la Escuadra de Instrucción como guardacostas acorazado. En junio 1901 efectuó una comisión de protocolo a las Azores, regresando en julio a Cádiz, y a continuación participó en las maniobras realizadas en aguas de Galicia. Pero su falta de velocidad fue un problema que muy pronto la apartó de las formaciones con unidades más modernas y la relegó a otras misiones más modestas, como ser escuela de artillería.

     En 1902 fue clasificada guardacostas protegido, en 1908 pasó a situación de desarme, y causó baja el 24 de mayo de 1911 para ser desguazada. Tras una dura lucha para evitar el desguace, su hermana la Numancia le sobrevivió solo unos pocos años, hasta que en diciembre de 1916 se hundió cerca de Lisboa cuando era remolcada a Bilbao para ser desguazada. Así murieron dos barcos que en su momento fueron de las mejores unidades de guerra del mundo y durante más de cuatro décadas fueron capaces de demostrar su valía.

     Marcelino González

BIBLIOGRAFÍA:

AGUILERA, A. Buques de Guerra Españoles, 1885-1971. Editorial San Martín, 1980.

COELLO LILLO, J.L. y Rodríguez González, A.R. Buques de la Armada española a través de la fotografía (1849 - 1900). Ministerio de Defensa, Instituto de Historia y Cultura Naval, 2001.

GARCÍA MARTÍNEZ, J.R. Buques de la Real Armada de S.M.C. Isabel II (1830-1868).  2005.

GONZÁLEZ-ALLER HIERRO, J.I. Catálogo–Guía del Museo Naval de Madrid. Tomo III.  Ministerio de Defensa, Armada Española, 2003.

GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, M. Fragata blindada Numancia, la historia de su vida. La espada y la pluma, 2005

LLEDÓ CALABUIG, J. Buques de vapor de la Armada Española, del vapor de ruedas a la fragata acorazada, 1834- 1885. Agualarga Editores, 1998.

CRUCERO REINA REGENTE


CRUCERO  REINA REGENTE.
Desaparecido en el Estrecho  

  (Nota: Artículo publicado en la revista Historia de Iberia Vieja. Número 30. Noviembre, 2007. Páginas 98-103)

          El 10 de marzo de 1895, zarpó de Tánger en pleno temporal el bello crucero Reina Regente para dirigirse a Cádiz y estar presente en la botadura del crucero Carlos V. Alguien lo vio desde tierra poco después de la salida y tuvo la impresión de que el barco tenía problemas.


Modelo del crucero Reina Regente (Museo Naval de Madrid)

          Sin embargo, al poco tiempo se alejó navegando aparentemente con toda normalidad y desapareció entre chubascos. Más tarde fue visto en la mar luchando contra el temporal. Y después vino el silencio. No se volvieron a tener más noticias del barco, que desapareció con los 412 hombres que llevaba a bordo.
           El Reina Regente había sido construido por James & Goerge Thomson de Clydebank, Glasgow (Escocia, Reino Unido), en una época en la que España requería cruceros rápidos, poderosos, bien protegidos y con gran radio de acción para desplegarlos en las lejanas colonias de ultramar. Contratado en mayo de 1886, se botó el 24 de febrero de 1887 – hace poco más de 120 años -, y su entrega a la Armada tuvo lugar el día de Año Nuevo de 1888 en Glasgow. Su coste fue de 243.000 libras esterlinas.
           El barco, que iba a servir de modelo para otros dos cruceros que se iban a construir en España – Lepanto y Alfonso XIII -, tenía 79,3 m de eslora, 15,4 m de manga, 8,9 m de puntal, 5,9 m de calado medio, y desplazaba 4.664 toneladas en circunstancias normales y 5.620 a plena carga. Para la propulsión tenía cuatro calderas de carbón, dos máquinas horizontales, 11.600 caballos, 1.285 toneladas de capacidad de carboneras, y dos hélices de tres palas y 5,63 m de diámetro. Llegó a dar 20,5 nudos en pruebas y tenía una autonomía teórica de 12.000 millas. Su blindaje era de 90 a 125  mm en zonas de máquinas, calderas y pañoles de munición, y la cubierta de protección variaba entre 50 y 75 mm. Su dotación era de 430 hombres.
          En su artillería principal, los cuatro cañones de 200 mm previstos en un principio se cambiaron por otros cuatro de 240 mm del sistema González Hontoria, de 21 toneladas cada uno, montados a las bandas sobre la cubierta alta, dos a proa y dos a popa. Completaban su armamento seis montajes de 120 mm también Hontoria; seis Nordenfelt de 57 mm; uno de 42 mm; dos ametralladoras; y cinco tubos lanzatorpedos fijos.
          Era un barco de bella silueta, con cubierta principal corrida y castillo y toldilla bajos para ampliar el campo de tiro. Sobre esta cubierta tenía la cubierta de botes que corría desde la popa del castillo hasta la proa de la toldilla, en cuyos extremos de proa y popa y hacia las bandas iban las plataformas de los cañones de 240 mm. Tenía un pequeño puente, dos chimeneas, y dos altos palos con sendas vergas y grandes cofas, que podían desplegar dos velas mayores y dos estays. La cubierta principal y la de botes iban unidas por una borda corrida que proporcionaba protección a los cañones de 120 mm, y contaba con un pequeño espolón.
          Teóricamente era uno de los mejores barcos de su época, pero algunos de sus mandos informaron sobre deficiencias observadas: complicado servicio de máquinas, escasez de potencia en algunos sistemas, falta de ventilación en calderas, excesivo embarque de agua por el castillo, y problemas de estabilidad. Proponían aumentar la capacidad de carboneras y sustituir los cañones de 240 mm por otros más ligeros de 200 mm, para disminuir pesos altos, bajar el centro de gravedad y mejorar la estabilidad. La verdad es que era un barco de poco tonelaje para su mucho blindaje, gran artillería y pesada propulsión, y sus cañones muy pesados en estructuras altas por las bandas eran un buen ingrediente para comprometer la estabilidad. Además, con mar de proa embarcaba mucha agua por el castillo, que rompía en las superestructuras cercanas, quedaba alojada entre la cubierta principal y la de botes o entraba por las escotillas de cubierta, haciéndole meter la proa bajo el agua sin tiempo para recuperarse.
          En cuanto fue entregado comenzó su vida operativa en la Escuadra de Instrucción. En mayo de 1888 estuvo en la Exposición Universal de Barcelona y a continuación recibió la bandera de combate de manos de la Reina Regente María Cristina. En 1890 tomó parte en la revista que pasó la Reina Regente en San Sebastián, en 1891 participó en un viaje de representación a Grecia, y en 1892, el Regente – como se le empezaba a llamar - inició una serie de actividades relacionadas con el IV Centenario del Descubrimiento de América. En agosto participó en la  salida de la reconstituida nao Santa María de la Rábida, en la que tomaron parte 31 barcos de 19 países. En septiembre se trasladó a Génova, en octubre estuvo en Huelva, y en el 1893 viajó a Nueva York. En el tránsito a Nueva York entró en La Habana, donde tomó a remolque la nao Santa María hasta los Estados Unidos, y en abril de 1893 participó en una revista naval en Nueva York. De regreso a España, intervino en las maniobras de agosto de 1893 en Santa Pola y de octubre del mismo año en Alicante.

El Reina Regente visto de proa. (Museo Naval de Madrid)

          A principios de marzo de 1895, el sultán de Marruecos había enviado a España una embajada diplomática que una vez terminadas sus actividades tenía que regresar a su país. El encargado de llevarla de Cádiz a Tánger fue el Reina Regente, que salió en la mañana del 9 de marzo al mando del capitán de navío Francisco Sanz de Andino. Fondeó en la rada de Tánger al anochecer, y por la poca visibilidad, el comandante decidió esperar al día siguiente para desembarcar la embajada. A primeras horas de la mañana del día 10, se presentó a bordo el práctico con la recomendación del cónsul de España de que no saliese a la mar y que enmendase el fondeadero debido al fuerte temporal que se echaba encima. Pero el comandante del Regente desembarcó la comisión diplomática, y agilizó todas sus gestiones para zarpar cuanto antes y estar presente en la botadura del crucero Carlos V, que tenía lugar el  día 12.
          Hacía ya horas que había empezado a soplar viento fuerte del sur. El cariz del tiempo empeoraba, la mar recalaba del oeste cada vez con más fuerza y el barómetro indicaba una pronunciada caída. Un fuerte temporal del suroeste se cernía sobre el Estrecho, y con el puerto ya cerrado, sobre las 10 y media de la mañana del domingo día 10 de marzo de 1895, el Reina Regente levó anclas, dobló el muelle viejo a poca velocidad y arrumbó al noroeste.
          Algunos testigos que vieron desde tierra el barco al poco de haber salido, declararon que les había parecido que tenía algún problema, ya que observaron que paraba a unas tres millas de costa, y uno de ellos con un telescopio vio como algunos hombres se dirigían a toldilla y por babor arriaban lo que parecía un buzo. Pero como pasada media hora el crucero reemprendió la marcha, no dieron más importancia a aquella parada, y el Regente, encerrado en chubascos, se perdió de vista sobre las doce y cuarto, cuando el barómetro ya había bajado a 720 mm.
          Alrededor de las doce y media fue visto por los vapores mercantes Mathews y Mayfield a unas 12 millas al noroeste de Espartel, luchando contra el temporal con grandes bandazo. Y sobre las tres de la tarde, campesinos de Bolonia (Cádiz), creyeron ver en medio del temporal un barco que tomaron por el Regente. Aquellas fueron las últimas noticias recibidas sobre el crucero, que era esperado en Cádiz, pero como no aparecía la gente supuso que continuaba en Tánger o había buscado refugio en algún lugar de la costa. No había forma de saber más, ya que el temporal había averiado las comunicaciones  telegráficas con Tánger, además de haber causado grandes destrozos en tierra y hundido otros barcos, entre ellos el Carpio, que zozobró cuando navegaba de Huelva a Cádiz con 40 pasajeros que iban a la botadura del Carlos V y murió la mayor parte del pasaje y tripulación.
          El enlace con Tánger quedó restablecido el día 11, y a última hora del 12 el cónsul de España telegrafió informando que el Regente había zarpado el día 10, y como en las playas próximas a Tánger habían aparecido diversos objetos y una bandera con las letras RR, preguntaba si el crucero había llegado. Saltaron entonces las alarmas. Se enviaron avisos a los barcos y telegramas a los semáforos y puertos de toda la zona recabando información sobre el Regente. Y ante la falta de noticias, el día 14 comenzó la búsqueda del barco, al que se esperaba encontrar fondeado en alguna cala, o encallado, o al menos se esperaba encontrar supervivientes.
          La zona fue explorada por barcos de guerra y mercantes, que recorrieron las costas y reconocieron a fondo lugares y bajos donde podría haber ocurrido el posible naufragio, sin resultados. Aparecieron más restos, como maderas, trozos de muebles, banderas, remos, salvavidas, etc., y el de marzo, la fragata Numancia encontró en la zona de Alborán un banco de madera que fue enviado a Cádiz, donde fue reconocido como perteneciente al crucero.
          Pero ante la falta de nuevas noticias, la gente poco a poco empezó a asumir la idea de que el Reina Regente se había hundido en el temporal, aunque nunca apareció ni uno solo de los cadáveres de los 412 hombres  que iban a bordo (Su dotación en aquellos días era de 372 hombres, de los que alguno no había salido a la mar, pero el número de desaparecidos aumentó porque a bordo se encontraban aprendices de la Escuela de Artillería).

 


                                
El Reina Regente visto por babor. (Acuarela por Marcelino González)

          Una comisión de la Armada estudió el caso y elaboró el correspondiente informe, en el que decía que la pérdida del crucero se pudo haber producido al haber parado en el temporal por avería del timón u otra causa, lo que pudo ocasionar la inundación de las cubiertas y compartimentos de proa, y el posterior hundimiento.
          De sus características y defectos, y de estudios posteriores, se puede pensar que el barco se hundió al irse por ojo, es decir, al embarcar mucha agua por el castillo que no le permitió recuperarse y se fue de proa al fondo. O pudo ocurrir que la mar no le permitió recuperarse de sus balances y terminó por dar la vuelta y hundirse. O a una mezcla de las dos causas. Al hundirse, seguramente los pesos altos ayudaron a que el barco diese la voltereta y quedase quilla arriba, con las superestructuras aplastadas y la cubierta principal clavada en el  fondo, convirtiéndolo en un gran ataúd para todos sus hombres, que junto con la mayor parte de los enseres del barco quedaron encerrados dentro del casco sin poder salir a superficie.
          En las fechas siguientes al naufragio aparecieron noticias que despertaron la curiosidad de la gente. La prensa habló de dos hombres que habían bajado a tierra en Tánger y habían perdido el barco, con lo que salvaron la vida. El 2 de abril apareció el cadáver desnudo y muy desfigurado de un hombre joven en una playa a unos 2 Km. al este de Conil; era irreconocible, pero por su corte de pelo, impropio de un marinero de un barco de guerra, se consideró que no era del Regente. El 14 de abril, el diario La Dinastía daba la noticia del posible avistamiento del crucero, efectuado por los campesinos de Bolonia sobre las 3 de la tarde del día 10. Y el 6 de mayo, el Diario de Cádiz publicaba la noticia del avistamiento por el patrón de un laúd de una enorme mancha de grasa en la mar a 2 millas al sudoeste del cabo de Plata. También aparecieron anónimos y mensajes en botellas, que después de estudiados se llegó a la conclusión de que eran falsos.
                          
      

El naufragio del Reina Regente (Escuela Naval Militar)

           En el naufragio solo hubo un superviviente: un perro “terranova” propiedad de un teniente de navío del crucero, natural de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Un barco inglés encontró al perro subido a un enjaretado y lo adoptó como mascota, hasta que un día, en su ruta a Sevilla aquel barco recaló en Sanlúcar y tuvo que fondear en Bonanza. El lugar le resultó familiar al perro, que sin dudarlo se lanzó al agua, ganó a nado la cercana costa y corrió a casa de su antiguo dueño, donde vivían sus padres que se llevaron una enorme sorpresa.
          Una orden del 8 de abril declaró al barco oficialmente perdido, y acordó el abono de tres pagas a las familias de los desaparecidos. El 11 de diciembre, la Armada decidió construir un segundo Reina Regente, que fue botado el 20 de septiembre de 1906. Y del primer Reina Regente no se ha vuelto a saber nada; continúa sin aparecer. Seguramente reposa en algún lugar próximo al bajo de la Aceitera. Descanse en paz.
          Marcelino González




BIBLIOGRAFIA:
AGUILERA, ALFREDO. Buques de guerra españoles 1885-1971.  Editorial San Martín, 1980.
COELLO LILLO, JUAN LUIS y RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, AGUSTÍN R. Buques de la Armada española a través de la fotografía (1849 - 1900). Ministerio de Defensa, Instituto de Historia y Cultura Naval, 2001.
FERNÁNDEZ SANTANDER, CARLOS. El crucero en la Armada Española. E. N. Bazán. 1993.
GIL HONDURILLA, JOAQUÍN. El crucero Reina Regente y su hundimiento el 9 de marzo de 1895.  La Espada y la Pluma. 2004.
GONZÁLEZ-ALLER HIERRO, JOSÉ IGNACIO. Catálogo-Guía del Museo Naval de Madrid. Tomo II.. Ministerio de Defensa – Armada Española. Madrid, 2001.
RAMÍREZ GABARRÚS M. La construcción naval militar española. 1730-1980. E. N. Bazán. 1980.
VILLAMIL, FERNANDO y CASTELLOTE, JOSÉ. Informe acerca de las causas probables de la pérdida del crucero “Reina Regente”. Establecimiento tipográfico “Sucesores de Rivadeneyra”. Madrid, 1896